Durante los primeros años de vida pueden existir algunas anomalías evidentes en la marcha de los niños. Los problemas rotacionales de las extremidades inferiores constituyen un motivo de consulta muy frecuente en la práctica cotidiana del ortopedista infantil, los padres suelen mostrarse preocupados porque sus hijos no están caminando de manera correcta; no obstante, las anormalidades en la marcha hacen parte de su desarrollo físico. Si bien muchos de estos trastornos son comunes y se corrigen solos, algunos sí requieren asistencia médica.
Hay una variación considerable en los patrones de marcha normales y las edades en que ocurren los cambios, y estos parecen estar relacionados con la historia familiar. A partir del primer año, los niños comienzan a desarrollar el equilibrio y la fuerza de las piernas. Entre los 11 y los 16 meses, la mayoría empieza a caminar sin apoyo; a los dos años, usualmente suben las escaleras –una a la vez– y saltan en el lugar; a los tres, pueden subir las escaleras y pararse sobre un pie; a los cuatro años, logran bajar las escaleras de manera consecutiva y saltar sobre un pie. Cabe destacar que cada niño lleva su ritmo y no todos alcanzan los hitos del desarrollo a la misma edad; aún así, si se pasan de estos márgenes de normalidad, es necesario llevarlos a valoración.
Las alteraciones más frecuentes en la marcha son caminar con los pies hacia dentro, en punta, o con las rodillas separadas o juntas. Varias condiciones pueden influir en que los pies de los niños giren hacia adentro o hacia afuera en sus primeros años, como la torsión tibial y la rotación femoral.
La torsión tibial puede ocurrir debido a la posición del bebé en el útero, es una tendencia que se da entre familias –generalmente el caminar de un niño se parece al de sus padres–, y puede ser interna o externa. La primera, consiste en una desviación hacia dentro de los huesos de la espinilla, que son los que se ubican entre la rodilla y el tobillo; a medida que los pies apuntan en esta dirección, las piernas parecen estar arqueadas: esta postura hace que sea difícil caminar, mantener el equilibrio, y puede provocar caídas.
¿Identificas alguno de estos síntomas?
La mayoría de los niños con torsión tibial interna mejoran sin tratamiento médico (durante los primeros dos años de vida es común en grado mínimo; de persistir, suele corregirse entre los 7 y 8 años). Algunos ejercicios de fortalecimiento muscular o fisioterapia pueden ayudar a mejorar la posición; sin embargo, si se trata de una condición severa que no mejora con el crecimiento, deberá evaluarse la posibilidad de tratamiento mediante una cirugía llamada osteotomía.
En cuando a la torsión tibial externa, ambos pies apuntan hacia afuera: ésta se relaciona con ligamentos y tendones apretados en la parte superior de la pierna, que hacen que la parte inferior se tuerza a medida que el pequeño crece. Los síntomas de la torsión tibial externa aparecen cuando los niños tienen entre cuatro y siete años, aunque pueden volverse más graves durante los periodos de rápido crecimiento al final de la niñez y los primeros años de la adolescencia, haciendo que se tropiecen con frecuencia. De igual manera, el tratamiento suele ser con rehabilitación o modificaciones de actividad para la mayoría de los pacientes, y el manejo quirúrgico si se requiere, está indicado para niños mayores de ocho años.
Con respecto a la rotación femoral, se puede presentar una anteversión femoral –en la que la parte superior del hueso del muslo (fémur) rota y hace que el pie gire hacia adentro–. Los niños que presentan esta alteración de forma excesiva, se sentarán formando una W, debido a que la torsión en el hueso del muslo permite que las caderas roten hacia adentro más de lo que lo harían hacia afuera.
Y aunque la anteversión femoral usualmente mejora por sí sola con el tiempo, si se presentan casos graves como dolor y dificultad para realizar actividades físicas, es recomendable acudir a expertos en el tema, que determinarán la necesidad de aparatos ortopédicos o cirugía, para ayudar a resolver la postura.
La torsión hacia afuera del fémur se llama retroversión femoral y hace que los pies apunten en tal sentido; esta posición puede retrasar el caminar de un niño, pero al igual que las condiciones anteriores, es posible lograr una mejoría sin intervención médica. La retroversión femoral a menudo es hereditaria, aunque puede ocurrir después de un trauma físico como una fractura de fémur, y se evidencia mediante el “caminar de pato”, el pie plano, la dificultad para correr, la presencia de fatiga con la actividad física, la falta de equilibrio o coordinación, dolor de cadera y de rodilla.
Por lo anterior, pese a que en la gran mayoría de veces estas alteraciones representan variaciones fisiológicas que se corrigen a los 8-10 años, es importante conocer la evolución del desarrollo de las extremidades inferiores en los niños, para evitar tratamientos innecesarios. El profesional de la salud deberá hacer un seguimiento hasta su crecimiento, para asegurarse de que estas posturas se hayan corregido. Aún así, si se tratara de alteraciones significativas que afectan las actividades de los niños, será necesario acudir al ortopedista infantil para iniciar el estudio y proponer un manejo acorde al diagnóstico, que podría incluir cirugía a nivel de fémur, de tibia o de ambos.
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